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viernes, 8 de enero de 2021

Qué tragedia el 2020

Lamentablemente, esta vez me tocó publicar mi nota de año nuevo en este medio, porque a Facebook se le ocurrió la grandiosa idea de descontinuar las notas. También lamento no haber escrito esto en los días correspondientes.

El año que acaba de pasar fue un año duro para casi todos nosotros, fue un año trágico y pasivo; después de todo nos tocó encerrarnos y durante un periodo más largo de lo que esperábamos tuvimos que crear de la nada una nueva forma de vivir, cosa que no dejó a ninguno de nosotros indiferentes, nos afectó en mayor o menor medida... pero bueno, yo no vine aquí a comentar lo ya todos sabemos, sino a (como es de costumbre) hablar sobre mí.

Y es que
pese a la tragedia mundial, y a las muchas tragedias personales, para mí fue un año provechoso:

Después de todo el año pintaba bien en enero, tenía muchos planes que se fueron desmoronando uno a uno, pero pese a las dificultades pude cumplir los tres objetivos que me propuse, y en el margen de la ignorancia a lo que se venía, comencé este años con un asadito con amigos, y casi al mismo tiempo el rescate de una perrita que encontré abandonada.

Y a los pocos días vi llegar a mi vida una nueva personita que me llena los ojos de luz y me inspira a soportar el suplicio de vivir.

Dándomelas de modelo

Este año también vi finalizar algunos trabajos que en promesas dichas se reanudarán el año en curso.

Adquirí nuevas responsabilidades.

Pero se hicieron mucho más fuertes mis vicios.

Exploré nuevas formas de entretenimiento.

Me regalaron una matica que me enseñó que no sé cuidar plantas, así que me dieron otra con la que confirmé que no sé cuidar plantas, pero que al menos aún he mantenido viva.

Este año descubrí muchas cosas sobre mi propia psiquis, y entendí las razones por las que hago muchas cosas.

Vi parpadear mi sueño de ser docente

Empecé proyectos que no terminé e hice un montón de promesas que no cumplí, y de esos, algunos me pesan demasiado.

Participé en un montón de retos pendejos y me dejé llevar por la locura en otras ocasiones.

Como cada año, dejé ir personas y conocí otras más.

Estuve angustiado, estresado en incluso estallé en llanto varias veces; pero por la misma inercia de vivir, tocó seguir adelante.

Ayudé a mucha gente, de muchas maneras diferentes, y no me arrepiento de nada.

Este año vi oscurecerse mi tristeza, no sé si por el encierro o por mi propia culpa, pero el sentimiento de culpa y autocompasión se volvió cada vez más efervescente, hasta que me vi tocar fondo.

Este año vi paisajes hermosos, figuras preciosas y formas ansiadas.

Descubrí mucho sobre mi propio valor, y empecé procesos nuevos para convertirme en la persona que quiero ser, madurando y reestructurando algunos de mis pensamientos frente a la vida.

Viajé mucho, y gracias a ello experimenté cosas que necesitaba tachar de la lista y que en definitiva volvería a hacer: una de las aventuras más grandes que he tenido en mi vida.

Fue un año en el que me bañé mucho en agua de lluvia, y que así de bendito como suena me trajo tragedias de las aún no me he podido recuperar.

Me reconecté con el viejo yo, y recuperé viejas pasiones.

Viví un cumpleaños tortuoso, pero que me enseñó sobre el valor de las personas que me rodean. Pero a pesar de todo memorable, más aún, con la nueva marca que me hice en su honor.

Conocí lugares nuevos.

Este año hice un montón de cosas similares entre sí, pero aprendí lecciones de todo tipo, pero una de las más grandes que aprendí este año, es que no solo yo, sino que la humanidad entera tiene la capacidad de mantenerse, por angustiante que sea la vida, todos tenemos esa capacidad.

Este año definitivamente fue un año en el que me volví más humanista, por eso como es de costumbre, titularé el 2020 como el Año de la Humanidad.

Sin ánimos de extenderme más de lo necesario, ¡Feliz año del toro!