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viernes, 1 de marzo de 2019

El pasado y sus nefastas consecuencias

Debo reconocerlo: la nostalgia no es necesariamente saludable, como todo en la vida, en exceso resulta incoveniente. Y es justo eso lo que me lleva a escribir esto... estoy embriagado de nostalgia, he bebido tanto de la charca de la memoria que he dejado de ser el yo de ahora y ha nacido en mí esta sensación de que nunca debí crecer... que nunca debí irme.

Una frase que se ha hecho muy popular en estoy días, y que, como tal, se ha convertido en un meme, pero que razón no le resta: «Dicen que uno siempre vuelve al lugar donde fue feliz», y quizá no se trate de volver per se... sino de querer hacerlo, aunque Sabina se moleste conmigo.

Y dada mi imposibilidad momentánea de regresar allí, a la ciudad que me acogió, la ciudad que me enseñó un montón de cosas, donde crecí, rabié y por sobre todo amé... el primer sitio al que sentí que pertenecía. Y que ahora me pesa no haberle sacado más provecho, no haber hecho más cosas; escribiré esta nota consumido por el dulce y amargo néctar de aquellos tiempos.¡Maldita vida rutinaria! ¡Maldito niño amargado! ¡Date cuenta de lo que haces! ... sólo... toma consejo, deja de desperdiciar la vida, que cuando te quieras dar cuenta ya será muy tarde para ti.

Durante mucho tiempo, creí que mi vida cambiante era una bendición, me gustaba la idea de ir acá a allá. Si tan sólo hubiese sabido lo doloroso de no ser de aquí ni de allá, me hubiera quedado ahí, donde para entonces no lo sabía, y mis ideas tontas de niño rebelde me impedían verlo, pero que definitivamente se alojaría en mi mente como mi lugar, mi húmedo, caluroso, lleno de mosquitos paraíso.

Y es justo ahí donde comienza esta historia...

En una época en la que Yu-Gi-Oh! se transmitía los sábados en la mañana, era un niño pequeño, insulso, enclenque; después de pasar varios periodos vacacionales en esta ciudad; por razones de fuerza mayor, mi madre debió separarse de mi hermana y de mí. Nos envió junto a quien fue siempre mi tía favorita, estudiaríamos los dos en el mismo colegio; ese, el del nombre clásico, medieval, majestuoso. Fue allí donde conocí ese juego de cartas que fue parte tan fundamental de mi infancia, de mi adolescencia; fue allí donde conocí los arcades, el KOF y demás cosas, pero por sobre todo fue donde conocí a dos personas importantísimas, y quiénes serían mis compañeros de charlas y aventuras, dos personas que afortunadamente aún conservo en mi vida, y por quienes aún conservo un fuerte cariño. Ese año 2003, 8° de bachillerato... sucedieron tantas cosas: esa, de tantas veces que nos encendimos a piedras con el colegio de al lado, recuerdo que hubo tejas rotas, mi salón (que aún recuerdo el sitio exacto en el que estaba ubicado), terminó con una ventana rota; nos atrincheramos detrás de las gradas de la cancha, para entonces descubierta y un poco maltrecha, y como soldados, lanzamos los proyectiles que causaron estragos también del otro lado de la verja; obviamente las sanciones no se hicieron esperar... Esa fue posiblemente la última vez que se presentaron estas riñas.

Recuerdo aquella ocasión en la que apareció una culebra en la cafetería, cosa que no era de extrañar dado que daba hacia un monte; y que cuando niños ociosos, lanzaron el ponzoñoso cadáver hacia la baranda superior, los que estábamos ahí, siendo periodistas entrometidos pero temerosos nos llevamos un susto enorme.

Recuerdo también cuando justo detrás de mi salón apareció un panal de avispas; y como no podía ser menos, nos dedicamos a molestarlas, para luego salir corriendo como los cobardes que éramos. Era debajo de ese árbol donde jugábamos a diario con nuestras cartas de cartón.

Recuerdo aquel Jean Day, donde, claro, como éramos tres raritos aburridos, Santiago, el profesor de filosofía nos invitó a escaparnos, y con su mirada cómplice, huimos por la solitaria salida de la cafetería. Es chistoso, porque, a pesar de que siempre estaba ideando planes para escapar, sólo tuve en valor de hacerlo dos veces. Siendo ésta, una de ellas.

Recuerdo el acoso por parte de mis compañeras de clases, que fascinadas por mi timidez, desprendían lascivia sobre mí. Y fue en una de esas donde fui besado por primera vez, por Elvia, la chica que me gustaba, fue un beso rápido y fugaz, no me dio tiempo a disfrutarlo. Intenté seguir como si nada, pero me estaba muriendo de pena.

Recuerdo los cuadernos de Bananas en Pijama, de Yu-Gi-Oh! y Sakura Card Captor, los lápices, recuerdo aquel maravilloso lapicero que tenía todos los colores, recuerdo los mercados en el Torcoroma, los six pack de jugos hit, y las piezas para recortar y armar al reverso, recuerdo los huevos Kinder y los juguetes, los billetes de mentiras y Crash Racing; recuerdo la gelatina Gel'hada y los aliencitos, recuerdo la freskola. Recuerdo los llaveros de foamy y las manualidades. La drosophila melanogaster.

Entre tantos recuerdos, recuerdo también cuando salió el Bon Bon Bum de mango, ese sabor aún me transporta; fue por estos días que me enseñaron a hacer un arma con dos palillos del caramelo; fueron horas las que pasamos disparándonos los proyectiles de plástico; y estaba yo tan emocionado por mi nuevo juguete, que camino a casa, con varias varitas de reposición en el bolsillo, iba disparando a diestra y siniestra; fue así, como perdido en la ociosidad, vi un taxi venir y no pude evitarlo, le disparé y entró por la ventana; el hombre detuvo el vehículo y me reclamó por mi briosa necedad; pero yo, descarado y tonto, lo negué todo, a pesar de que yo era la única persona caminando por ahí.

Recuerdo cuando Coca-Cola lanzó una colección de aviones, y que los tuve todos, recuerdo los Beyblade de Postobón, y los flip de Festival, hay tantos objetos materiales que me llevan allá y que afortunadamente se han conservado muchos con el pasar del tiempo.

Recuerdo aquella mención de honor que recibí por participar en aquel concurso de caricaturas... donde fingí un poco de consciencia por mi país y dibujé algo que aún recuerdo pero que se perdió en el tiempo. Recuerdo las materias perdidas, y aquella recuperación con el profesor de «No pues, se van a  empobrecer por $200», me emocionó dibujar esa cartelera.

Recuerdo también aquel cuarto propio, en esa enorme casa en la que viví, testigo fue de mis inicios en el onanismo. Y testigo también fue de aquella enrome vergüenza que fue hacer del dos en la calle.

Alguna vez, mis amigos de esa época, Witty y Jhonatan hicimos un mapa, nos imaginamos buscando y escondiendo tesoros en los montes de aquel puente que no sé si antes o después me vería pasar invadido de pestilencia y vergüenza.

Por aquel entonces sonaba mucho la emisora del vallenato ventia'o y gracias a ello, muchas canciones se hilaron en madejas de recuerdos.

Recuerdo aquella vez que fui a abrazar a mi madre, pero que resultó ser mi tía que estaba de espaldas en la cocina y que cuando vi lo sucedido, morí de pena. Fue en esa misma casa donde padecí la varicela. Fue en esa casa donde creí que como el yogur y el cereal se llevan bien, entonces el suero y el cereal también lo harían. Fue en esa casa donde armaba escenarios enormes con mis juguetes y me divertía durante horas. Fue en esa casa, en ese vecindario, donde mi amigo Andrés y yo hicimos cualquier artilugio que haya salido en nuestra amada serie de juegos de cartas, fue en esa casa donde inventé y dibujé nuevas tarjetas, trampas, peleas, envidias, noches enteras y consecutivas jugando parqués con la vecina. Noches completas hablando y contando chistes, pintando velas, visitando calles iluminadas, recuerdo esa azotea, y ese amiguito que pese a vivir en peores condiciones que nosotros, tenía juguetes más bonitos. Recuerdo aquella pelea antes de salir de ahí, donde hubo sangre.

Recuerdo aquella ocasión en que hicimos un retiro de convivencia en el colegio, y que yo, por mis aspiraciones tontas de niño grande, me aparté.

Recuerdo el miedo enorme a las ciénagas. Las asoleadas volando cometa. Era una ciudad llena de mitos.

Fue un año completo, dos casas, cientos de cosas vividas que no puedo mencionar aquí para no extenderme más de lo debido, pero que me hace muy feliz recordar.

Ese periodo debió quedar atrás cuando tuve que cambiarme de colegio nuevamente, como siempre, mi vida se enfrentaba a nuevo cambio, ya estaba acostumbrado, no me pesó nada dejarlo todo atrás, me llevé mis juguetes y un leve acento santandereano. Pero las cosas no salieron del todo bien, llegué a esta maldita ciudad, otra vez tuve un escenario nuevo, y por ello fue mi obligación enfrentarme a nuevo mundo, más hostil, más horrible... y que afortunadamente lo dejé. Por aquel entonces, el preadolescente y aún no puberto yo, se enamoró tontamente de la única mujer que me rodeaba en esos días. Fue una época difícil, de aburrimiento y soledad, fue una época en la que aún no entendía cuan grande es el amor de mi madre. Fue un tiempo en el que los únicos recuerdos bonitos fueron lejos del colegio, pero en los que no me adentraré porque no es para lo que estoy contando esto.

Aquella mujer de 19, quién era mi encanto infantil, terminó lo que hacía en Valledupar y ya era hora de volver a su tierra, que desde entonces, también sería mi tierra. Ella armó su maleta, y partió. Pero yo necesitaba seguirla viendo, y fue así como tuve la única buena idea que tuve en esos años: volver a estudiar, pero con una condición, debía ser en ese colegio en el que estudié un año antes, en esa ciudad tan familiar para mí. Yo creí que oculté mis intenciones de estar con ella, pero todos sabían qué era lo que quería.

Mi madre, diligente y  amorosa, quiso cumplirme mi capricho, y gestionó todo para mi regreso, y así, antes de que pudiera notarlo, estaba embarcado, con lágrimas en los ojos, pero con la ilusión de empezar de nuevo, y sin tener idea de qué me esperaba.

Tras un año ausente volví a ese sitio, llevé recuerdos para mis amigos de antes y por supuesto, nuevas historias.

Recuerdo mi nuevo primer día de clases, llegué un poco desorientado, y conocí a Grace, ella, igual que yo, estábamos ahí por primera vez, igual de confundidos, igual de ansiosos.

Muchas personas del salón ya me conocían de cuando estuve en octavo, sin embargo, ese primer año, preferí pasarlo con los de antes.

Y así, mientras me adaptaba, era un poco de aquí y de allá, siempre callado, siempre ensimismado, aquella bendita timidez me trajo toques, manos y besos repentinos, que se repitieron y se repitieron, y contra los que yo obviamente protestaba, porque pensaba que era importante mantener mi inocencia... y aunque otros habrían tomado la oportunidad para sacar provecho; fue ese no hacerlo de mi parte, lo que me mantuvo en ese cariño durante tres años; esos juegos, sin embargo, se convirtieron luego en mi maldición.

Recuerdo aún el salón en que me tocaba y cuando nos pasamos para el salón de la lado, contiguo a la sala de informática. Y recuerdo todo el cariño que me mostraban mis profesores, y por sobretodo mis compañeros.

En ese grado 9°, creo que fue el único año de todo mi bachillerato en que no me fue tan mal... pero esto era obvio, yo estaba repitiendo.

Recuerdo las largas caminatas para ir clases, y por supuesto las de vuelta.

Recuerdo que ese año, dormía cada fin de semana en la casa de aquella muchacha cuyo andar me llevo de nuevo a ese destino, pero no siempre fue así. Mis fines de semana los pasaba en su casa, charlando un poco sobre todo, viendo películas, jugando juegos integrados en un diskman, etcétera, cada sábado, salía de su casa a las 10:00 p.m. (hace quince años, eran altas horas de la noche), y volvía a casa, a esa hora a pie. Con el tiempo, mis tíos prefirieron que me quedara a dormir allá, antes que salir tan tarde, era una ciudad segura para alguien de mi edad, pero esa excusa me gustaba.

En su casa vivían unas personas del Chocó, preparaban dulce para vender cada fin de semana, y yo me atiborraba de enyucado y cocadas. Entre esas ocasiones, una vez bajaron un coco para mí, me lo comí todo yo solo. Las consecuencias no se hicieron esperar y tuve diarrea un par de días. Esa misma que se repetiría cuando a ella -que vendía dulces de revista- le compré tres chocolates que traían unas bonitas tarjetas de animalitos (hoy no recuerdo a quién se las regalé, pero estuvieron conmigo un buen tiempo); pero claro, yo no quería que mi familia supiera que me estaba gastando mi dinero en esas cosas, así que me comí los tres chocolates de una sola bocanada, caminé de vuelta a donde mis tíos, y antes de que pudiera reaccionar debí salir corriendo a buscar un baño.

Recuerdo que ese primer año visitaba mucho a mis viejos amigos de la segunda casa en la que habité en octavo, la casa cómplice y del parqués. Por alguna razón que se me escapa, ellos me recordaban como alguien gracioso, y yo, pretendiendo que lo era, me dedicaba a repetir los blancos chistes de José Ordóñez.

Durante este año, el juego de Yugi se hizo más intenso, llegué a adquirir más de mil quinientas cartas... aún las conservo. Eran horas y horas jugando este juego, violando las reglas totalmente mal entendidas por mí.

Recuerdo cuando llegó el primer celular a casa, era un Nokia 1100, desconozco los sacrificios que haya hecho mi tío para conseguirlo, pero nuestra emoción y corronchera no se hizo esperar; con total premura pusieron unas monedas en mis manos, apuntaron el número telefónico en una hoja de papel y me mandaron lo más lejos que pudiera -no vaya a ser que los vecinos se dieran cuenta- a llamarnos a nosotros mismos... sólo para escuchar timbrar el celular. Yo desconocí el sonido, pero fue algo muy emocionante para mí.

Recuerdo aquel paro extenso, la actividades parecía que se detendrían solo unas días, pero se extendió a semanas. Ansioso estaba yo por volver donde mi madre, pero nunca me envió de vuelta, después de todo, el paro podría cesar en cualquier momento.

Recuerdo cuando por fin hubo computador en casa, fue algo completamente emocionante, hasta entonces, los ordenadores eran algo lejano para mí, y por fin había uno en casa. Fueron horas que pasé jugando Hércules, Tomb Raider y Vurtual Cop.

Recuerdo que para mis quince años mi madre me regaló mi primer celular, aún recuerdo el número (315 639 8520); era un celular azul, de la tecnología anterior a las tarjetas sim, único, lo amaba... pero lamentablemente sólo me duró seis meses, cuando volví a Valledupar de vacaciones, yendo con mi hermano a hacer alguna diligencia, sucedió lo fatídico: lo perdí. Regresé a casa, le dije a mi madre, exploté en llanto, silenciado entre sus regaños y la torrencial lluvia que cayó ese día.

Obviamente, para mi madre era muy importante mantenerme comunicado, y así fue como llegó a mis manos el Motorola C139. La pantalla a color y los tonos polífónicos fueron toda una revolución.

Recuerdo las compras en la Alameda, y los Travolta de la Maná-Maná, pan con chocolate, huevos con arroz, visitas a parientes, y el angustiante olor a pólvora.

Recuerdo aquella caja de colores que me compró mi madre, amo tanto esas maderas, que aún los conservo, y los uso meticulosamente para evitar que se gasten.

Una de las cosas que mayor presencia hizo en mi vida fue G-Tron, cuadernos que traían un par de hojas de cómic dentro, tenías que comprarlos todos si querías conocer toda la historia. Y como no podía ser menos, decidí plagiarlo creando mi propio cómic "ligeramente similar".

Más tarde plagiaría también Duelo Xiaolin y Kim Possible, hasta que por fin creé mi propio cómic medianamente original: Leever.

Ese primer año fue para mi trasicional, pasaron un montón de cosas, y a ciencia cierta, hoy no recuerdo en que momento dejé la fascinación por aquella mujer mayor. Recuerdo cuando consiguió novio, pero para entonces ya no tenía mis ojos en ella... ya había empezado a hacer mella alguien más.

Cuando volví de vacaciones de Valledupar, y comenzó clases de nuevo... fue cuando empecé a interiorizar ese ambiente, a hacerlo mío. Hasta entonces, cada año era un colegio distinto; pero esa vez, había vuelto al mismo colegio, ya no recordaba cuándo fue la última que había sucedido esto.

Mi yo de 15 años había conocido el internet, y el mundo que se le abrió fue enorme, entré en una fiebre de descargas, compraba disquetes y corría desde casa hasta la sala de internet, descargaba imágenes y volvía a casa a guardarla, ni siquiera la lluvia podía detenerme.

Ese año nuevamente cambiamos de casa. Parece que la vida estaba empeñada en que yo debía ser un nómada.

No sé qué situación económica estábamos viviendo en casa, pero lo cierto es que me tocó llevar un poco de dinero a casa. El primer intento fue para vender minutos telefónicos, una rústica mesita, un letrero a marcador y el celular con minutos fueron enviados algo lejos de casa, debajo de una ventana que más tarde me sería familiar. El segundo intento fue cuando montamos una tienda miscelánea, y obvio yo tenía que ser quien estuviera en frente, pasando varios meses en ese aburrido sitio durante las mañana.

Fue entonces cuando se me ocurrió usar mis laboriosas pero ociosas mañanas para crear un juego de mesa, tomaba cartulinas, lápices, marcadores y colores y empecé a crear esa mitología antigua.

Y como no podía ser para menos, tenía que crear mi propio juego de cartas -perdía en mi propio juego-. Pasaba horas con un diccionario para poder construirlo.

¡Y fue entonces cuando conocí a Disney! Fueron horas y horas que pasé viendo  Art Attack, Lilo & Stitch, Brandy y Sr. Bigotes... pero por sobre todo Kim Possible. Esta última terminaría forjando parte importante de mí, desde mi primer correo electrónico, hasta los nombres que ponía en mis carpetas. Y por supuesto, compré casetes para grabar sus canciones.

Recuerdo que hice un estudio del personaje viendo la serie, aun conservo los dibujos de que hice para poder dibujarla por mi cuenta con exactitud.

Fue este año el que terminaría forjando mi profesión: debía escoger entre las diferentes áreas de énfasis, la que mejor me sonó fue Diseño Gráfico, al año siguiente, comenzando 11°, empecé un técnico en esta área.

Recuerdo la música en las clases de informática, y recuerdo lo difícil que era para la profesora explicar cómo funcionaban esas maquinas que ni ella misma sabía cómo lo hacían.

Recuerdo aquella vez que hubo huesos rotos en el laboratorio. La paredes rayadas con tonterías, mi bolso rojo manoslibres, los cuadernos de dragones y las divisiones en medio para hacerlo rendir. Recuerdo la música para el recreo.

Recuerdo el Habbo en sala de internet del colegio. Recuerdo incluso las visitas a la psicorientadora.

Cuando Rebelde apareció en la televisión fue un furor automático, todos la veían, todos hablaban de ella... todos menos yo. Todos amaban el reggaeton, excepto obvio yo. Tonto, pequeño niño amargado.

Recuerdo las clases de educación física, y mi necedad tonta de querer hacerme el fuerte. Amaba aquel uniforme blanco con rayas de colores.

Y hablando de amar, amaba las clases de artística, la profesora Dellys sabía que necesitábamos otros saberes, y así nos instruyó en el punto de cruz, a estampar camisetas y hacer trenzas, nos enseñó a repujar en aluminio, y nos enseñó a trabajar con marcadores de acuarela. Esa caja era hermosa, cada color desprendía un olor hastiante y artificial, pero amaba usarlos. Alguna vez, mientras aún estaba en reconstrucción a vía principal de un barrio, regresaba a casa con mi caja de marcadores, pero tonto, a medio dormir, dejé caer uno, el amarillo, y sólo un tiempo después pude percatarme cuál había sido la razón de la pérdida.

Recuerdo cuando mis tío por fin tuvieron cómo comprar un computador. Eventualmente, me llevaron a escogerlo, porque yo sabía de tecnología -Decían-, no sabían cuan equivocados estaban, pero a mí me gustaba pensar que era cierto. Y así, llegó aquel equipo a casa, ya sabíamos todo lo que venía.

Fue entonces que que empecé a sumergirme insanamente en el internet, recopilaba cantidades tontas de imágenes y demás información. Aquella mujer de 20 años y su nuevo novio me mostraron el hermoso mundo de los CD's y con ello obtuve música, juegos y demás... nuevamente, todo eso aún está conmigo. Y como no podía ser para menos, conocí Zelda, y pasé horas jugándolo, se convirtió en mi favorito ipso facto.

Recuerdo cuando jugaba a los Sims, ¿Qué otro nombre podía llevar mi esposa más que el de Leidy Johana? me gustaba fingir que sucedía lo que sabía que nunca pasaría.

Había visto bolas de espejos solo en caricatura, pero un día, la junta de acción comunal organizó alguna fiestecilla con arroz de pollo y licor para los adultos, fui por las malas, obviamente era un insulto para un amargado como yo que lo incitaran a actividades mundanas como fiestas, a comer ese horrible arroz de pollo. Me aburrí pronto.

Sucedió un día que en casa de Witty, nos reunimos algunos amigos del barrio; él había visto un video porno,  pero había que disimular , así que empezó a utilizar claves para contarnos la historia sin sospecha de los adultos... yo escuché el cuento sin enterarme de nada, pasarían días antes de que yo cayera en cuenta de qué se hablaba realmente.

Conocí muchas salas de intenet. Me inscribí a muchos foros. Descubrí Mozilla y descargué mucho porno. Un hormonal adolescente aún a esperas de la pubertad, que llegó a niveles insospechados de descaro.

Supe que tenía un problema, cuando empecé a desaparecer el dinero que me enviaba mi madre... pero por sobre todo, cuando encontré un billete de veinte, y yo, perdido en la irresponsabilidad y el vicio, los gasté todos en internet.

Fue ese mismo año que me desarrollé, tardó muchísimo, pero cuando llegó me agarró por sorpresa, tuve que pararme a media noche a bañarme, esperando que nadie me escuchara... las pajas en la cama habían llegado a su fin.

Recuerdo las sentadas en las gradas, conversaciones nocturnas y peleas tontas. Recuerdo aquella vez que proyectaron un documental cristiano en la cancha del barrio, me gustaba parecer alguien ultrasensible.

Durante mucho tiempo, mi peinado era un arrastre hacia atrás, quería parecer mayor... me ofendí mucho cuando aquel anciano me dijo que sólo era un niño, mira a ver cuánta razón traía. Pero como aquella pelirroja aventurera me inspiraba un montón, empecé a peinarme como ella... y así nació mi lambido de lado: corte de su mamá lo quiere mucho -Me dijeron alguna vez-.

Recuerdo el quinceañero de mi hermana, estaba yo en la ciudad del río frío, cuando llegó el momento, mi madre quería que bailara en su corte, pero ¿Bailar? ¿Yo? ¿El chico rebelde? ¡Jamás! pero había una manera, si mi madre me compraba una memoria USB, muy de moda en aquellos días, pero cuidado, sólo podía ser un gigabyte, y así como que no me lo esperaba, mi mamá se dejó chantajear, y accedió. Y yo vestido de rosado, me vi moviéndome de un lado a otro en esa fiesta.

¡Yo era el único que tenía una memoria de 1GB en colegio! Podía almacenarlo todo. ¡Podía tenerlo todo! Era un poco voluminosa, pero amaba esa cosa. Y así, como quien no quiere la cosa, llegó el Internet a mi casa. La emoción fue enorme, el porno se volvió local, las horas de chat se volvieron frecuentes, y me alejé poco a poco de los juegos. Había mucho por hacer en internet y la vida era demasiado corta.

Recuerdo el Warcraft, el parque Infantil, la luces nocturnas y los caminos en busetas; el ICFES y mis aburridas prácticas en la biblioteca; aquella feria universitaria... ni siquiera sabía que hacía ahí, aún sabía qué hacer con mi vida. Recuerdo las historias tenebrosas sobre jóvenes de mi edad asesinados por estar en el lugar incorrecto a la hora incorrecta, y los charcos de sangre.

Aquella vez que mi única figura paterna, el marido de mi tía me dijo un día que si llevaba una novia a la casa, me enseñaba a manejar la moto y me la prestaba, pero yo era demasiado rebelde apara aceptar que me enseñara tal cosa y demasiado tímido para si quiera reconocer que ya estaba enamorado de alguien.

Recuerdo aquella vez que el muchacho que me caía mal en clase se acercó a mí a preguntarme cuál era mi problema... y fue así como hicimos las paces.

Aquella muchacha que estaba embarazada: Nancy; llevó a su hijo recién nacido al colegio, todos sucumbimos de ternura, ese niño fue en centro de atención ese día.



La memoria no me da para recordar tantas cosas, gracias a que aun conservo todas esas cosas de aquella época, y que Harold y Jefferson tenían cámara, ellos tuvieron la gentileza de tomar infinidad de fotos, y yo les agradezco profundamente habérmelas entregado. Algunas se perdieron con los años, y hay una foto en particular que se perdió y que aún extraño, esa foto que le tomaron a ella en la buseta de aquella vez que fuimos de paseo a CAFABA. Fue emocionante para mí verla a ella en bikini, inventaba cualquier excusa para estar a su lado.

Recuerdo también cuando supe dónde vivía ella, mi cumpleañera de 13 de mayo; hice cuentas, y vi que la ventana de atrás de su casa apuntaba hacia afuera, hacia el sitio en el que alguna vez vendí minutos. Desde entonces, cada vez que pasaba por ahí, miraba hacia esa ventana, con la esperanza de verla.

Recuerdo las tareas en casa ajenas, y las carteleras que pintaba; alguna vez, en una cartelera que hacíamos en casa de aquella chica que era tan importante para mí. Estaba yo en su cocina, donde acababa de probar lo que para mí habían sido los mejores fríjoles de mi vida, cuando de repente baja ella por las escaleras en brasier; yo quedé tan apenado como agradecido cuando ella volvió corriendo a  su habitación.

Pero cómo no iba a ser así, su presencia me llenaba de emoción, nerviosismo y felicidad, alguna vez, en casa de Nancy haciendo, cómo no, otra cartelera, era un  poco tarde ya, Johana se preocupó por si se veía debajo de su falda, y cometió el error de preguntarme si se veía, yo quedé paralizado y como pude, le dije que no. Mentí.

Emocionante fue para mí cuando le pedí irme con ella para el colegio, y por supuesto, regresarme con ella; estaba nervioso, tembloroso, pero me dijo que sí. Nucita estaba sacando unas cartas holográficas de los Simpsons por el lanzamiento de la película, yo compraba aquella crema dulce por la tarjeta, y le regalaba la golosina a ella al llegar a su casa. Esto se repitió todos los días durante un tiempo.

En mi barrio había un puente que conectaba dos barrios separados por lo que los mayores siempre dijeron que era un ciénaga, o al menos, un resquicio lodoso de ella, era un puente sin barandas, largo, pero solitario, durante algún tiempo ella me acompañó por ese camino.

Todos sabían que la amaba, ella lo sabía. 

Y fue por ello mismo, que una tarde, a la salida del colegio, nos quedamos en la panadería hablando, y no sé cómo llego la conversación a este punto, pero declaré: «Yo no me dejo mandar por nadie», y ella, casi de inmediato replicó «William, vámonos ya para la casa» y yo, a medio «Sí», noté la trampa, me paralicé un momento y respondí «Yo me voy a quedar, si quieres vete adelante». Todos reímos.

Recuerdo que un día, yendo camino al colegio, me comentó nosequé acerca de dibujarle desnuda, yo, nervioso, respondí respetuosamente. Y en lagún momento en la conversación llegó un «¿Me va a decir que usted no quiere ser mi novio?», y yo, cagón por excelencia, respondí con sarcasmo «mmmm, déjame pensarlo... no». Aún arde.

Ella quería que yo hiciera algo. Y yo sabía que necesitaba hacerlo.

Así, que tomé la decisión temprano, ese día le diría, cuando estuviéramos solos en el sendero a casa. El camino oscurecía, era solitario, ella no había tenido un buen día y estaba un poco molesta, yo estaba nervioso todo el camino, sabía lo que haría, me había preparado para ello, le pedí volver a casa más temprano; y ahí estaba, esperando que me llegara una ayuda divina.
- Te quiero decir algo. - Comenté
- ¿Qué cosa? - Respondió ella.
Y yo, como no podía ser menos, moría de nervios.
- Es... algo importante. - Repliqué
- Sí, dígame.
- Es algo que tú ya sabes. - Yo estaba buscando un impulso, yo quería que ella me dijera «¿Que yo le gusto?», y así dar el paso definitivo, pero no lo hizo, sólo insistió en que le contara. Estallé en nervios, y un desafortunado remolino de pensamientos invadió mi mente; que si estaba equivocado y todo esto era un error, o si tenía razón ¿de qué me servía? Sólo quedaban tres meses para acabar el año y yo no la quería para tan poco tiempo, yo la quería para siempre. Y fue así como cometí el error que más me ha perseguido en mi vida.
- No es nada importante, ahora estás molesta, mejor te digo después. - Respondí.
¡Idiota! ¡Pudiste quedarte!

¿Pero quién podía culparme? Ella hacía parte de ese grupo de chicas que disfrutaba incomodarme sexualmente. Alguna vez intenté besarla, aproveché que se había acercado a acosarme, la tomé por los hombros e intenté acercar mi cara, ella se dio cuenta, gritó y se apartó un poco, yo lo sentí como un golpe a mi ilusión y me excusé diciendo que sólo quería zarandearla, ella sabía que mentía, ella reaccionó de esa manera por instinto, y se arrepintió, pero el hecho me dejó con muchas dudas y la certeza de que yo sí le gustaba llegó demasiado tarde.

Yo, como siempre fui pésimo estudiante, con un buen comportamiento, pero mal estudiante al fin. Una de esas muchas materias que iba perdiendo: Ética, la estaba recuperando con un cuaderno de ella, y mi día había llegado, tomé uno de mis lapiceros de colores y escribí en un hoja al azar todo lo que sentía por ella, ocupé una página y lo dejé ahí. Le devolví el cuaderno, esperando que leyera el mensaje, pero queriendo que no lo hiciera. Pero lo hizo. Lamentablemente me enteré de lo mucho que le había gustado cuando yo ya estaba a 400 km de ahí.

El año estaba acabando ya, yo aún no recuperaba todas mis materias, sabía que no estaría en la ceremonia de graduación; por lo tanto, el día que llegó el fotógrafo, no me corté el cabello, no me vestí de gala, no hice nada, no tenía sentido tomarme unas fotos que no utilizaría. Lo que no sabía yo es que unos días más tarde, en la sala de audiovisuales, el director Prada anunciaba a los que estarían en la ceremonia, y así, sorpresivamente dijo mi nombre, grité, salté, abracé a mucha gente; fue entonces cuando recordé que no me había tomado las fotos, casi de inmediato, salí corriendo, tomé una buseta, y en compañía de un par de amigos, fuimos a  buscar el estudio fotográfico a cargo, y así, todo despelucado y agobiado por la emoción, me tomaron mi foto.

El último día de clases llegó por fin, un poco penoso, tomé mi cuaderno de artes, abrí una página en medio y le pedí a las chicas que me firmaran algo, el mensaje de Xiomara quedó faltando, pero aún así recibí mensajes muy bonitos, y por sobre todo, un mensaje de Johana, tardé mucho tiempo en entender que esa nota decía la verdad.

Se hizo una misa de despedida en la iglesia que queda al lado del colegio, sonaron canciones tristes, y lloré, junto con los demás. Esa etapa quedaba atrás, y los recuerdos dejados habían sido muy bonitos.

Finalmente llegó el día de la ceremonia, pero como yo era yo, necesitaba cometer errores hasta el último día, mi madre me preguntó si no me tomaría fotos con mis compañeros, pero yo dije que no. Y fue así como dejé ir el recuerdo de todos los que me acompañaron en esa etapa. Pero yo no sabía lo que quería, estaba tan acostumbrado a cambiar, estaba tan cansado de tantos años de estudio, que creí que jamás extrañaría esos años. Otra vez me equivoqué.

Esa noche en la fiesta nuestra, en la casa de alguno de mis compañeros, era mi primera vez en una fiesta, todos bailaban y bebían, menos yo. Hablaba con quien podía en su momento, en algún momento Marlen me preguntó «¿A usted le gusta la Mona, cierto?», ya no tenía sentido ocultarlo, cínicamente respondí «Sí», ella fue a bailar, el tema quedó ahí y volví temprano a casa.

Me despedí de quiénes lo merecían, y partí el 27 de diciembre de 2007, la soga que me ata a estos tiempos se aflojó, pero quedó puesta en mi pie. No pensé que se tensaría nuevamente.

El 13 de mayo siguiente la llamé por teléfono, tenía que darle el feliz cumpleaños, en medio de la conversación sufrí el «Todo lo que yo le dije era en serio, usted nunca me puso cuidado»; un «Ya pa' qué» cerró el tema.

¡Idiota! ¡Pudiste haberte ido!

La volví a ver cuatro años después para entregarle un dibujo que le hice. Conocí a quien es el padre de su hija hoy día. Ella decidió desaparecer de mi vida poco tiempo después. Cuatro años más tarde la volví a ver con la pequeña criatura. Estaba tan hermosa como cuando la conocí.

Espero algún día poder volver allí, adonde fui feliz. Y quedarme.

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